El eminente coleccionista Lázaro Galdiano afirmaba cuando le preguntaban si había comprado alguna vez alguna falsificación y, por tanto, si se había sentido engañado: "Nunca me he sentido engañado, porque siempre he comprado lo que me ha gustado". Y él tenía un gusto exquisito. (Sólo tenéis que acercaros al Museo a contemplar las maravillas que alberga). No era, por tanto, un comprador de formas, sino de obras que le reportaban una emoción estética.
El comprador de firmas suele ser totalmente insensible al arte, aunque lo valore enormemente como símbolo de prestigio social y económico. El fenómeno se suele dar más a menudo en relación con el arte contemporáneo.
Pensad en lo siguiente: cuando alguien compra una obra de arte que consiste en un trozo de pared, una cama o un calcetín y paga por dicha obra varios millones, ¿de verdad el comprador lo hace para gozar en su contemplación meditando sosegadamente sobre los principios filosóficos y sociales que han inspirado aquella "rareza" estética?
Dichas obras, no se compran (a mi parecer, y cada uno puede pensar igual o diferente que, al menos por el momento, pensar es propio y libre) para ser contempladas sino para ser exhibidas como medio de adquirir u mérito social. Eso si, la pieza tiene que ser ella misma la que diga el nombre del autor, tiene que verse bien quién la ha hecho, de esta forma, quienes la vean no tengan duda y aprecien el dinero pagado por ella sólo con contemplarla...
Es obvio pensar que la Historia del Arte está estructurada a base de nombres propios. Más aún, sea en el siglo que sea, el que compra una obra de arte prefiere que esté firmada para avalar la autoría y autenticidad de la pieza. Aunque por supuesto, la firma en sí, ni quita ni añade nada a la emoción estética (para esta parte os recomiendo el libro "Historia de la belleza" por Umberto Eco. Sí el mismo que escribió el "El nombre de la Rosa", también recomendado) que su contemplación pueda producirnos. El comprador de firmas está más interesado en el arte como referencia social y cultural prestigiosas que en el arte como vivencia personal.
Así nos encontramos con que el mercado aparece dividido en dos tendencias difíciles de compaginar: la de los los auténticos coleccionistas de arte, y los que sólo intentan comprar prestigio.
La primera es la que realmente sostiene una demanda racional que mantendrá siempre en constante subida los auténticos valores, pero la segunda les añade una plusvalía artificial que puede desaparecer en cuanto cambie una moda.
"Información extraída para el artículo de la Revista de la Federación Española de Anticuarios".
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